Andrés C. Rojas G.
En este trabajo se intentara hacer un acercamiento a lo
que fue en términos generales el arte y la ciencia en la ilustración. En el
caso de la ciencia y al leer un par de libros sobre
la historia de la ciencia, los dos de Paolo Rossi[1], decidí
tocar principalmente el extenso pero fundamental periodo conocido como la Revolución Científica. Por dos razones
fundamentales. La primera razón es por el desconocimiento casi general que
tengo sobre la ciencia en la modernidad que me impediría abordar
específicamente la ciencia del siglo XVIII y la segunda razón porque al leer
sobre historia de la ciencia, comprendí que este periodo conocido como la Revolución Científica configuraría todo el pensamiento y el
corpus de la ciencia moderna.
Entrando
en materia del ejercicio es importante resaltar un aspecto importante señalado
por Jacques Le Goff, quien realiza el prefacio y el prologo del libro El
nacimiento de la ciencia moderna en Europa de Rossi, y es que la cuna de la
ciencia moderna es toda Europa, pues sus padres “fundadores” eran de diferentes
países: Copérnico era polaco, Bacon, Harvey y Newton ingleses, Descartes,
Fermat y Pascal franceses , Tycho Brahe danés, Paracelso, Kepler y Leibniz
alemanes, Huygens holandés, Galileo, Torriceli y Malpighi italianos.
Esta
Europa cuna de la Revolución Científica durante
los siglos XVI, XVII y XVIII será bastante hostil para los científicos, pues
tendrá procesos de brujería, tribunales inquisitoriales, la guerra de los
treinta años, que trajo consigo un fuerte trastorno en buena parte de la Europa
central en todos los sentidos de la vida y de paso durante estos tres siglos la
peste tendrá sitiadas a las grandes ciudades, desde la Roma del proceso
inquisitorial de Galileo hasta la Londres de Newton.
En
este contexto se vive una serie de cambios fundamentales en el marco de las
ideas, que darán un punto de inflexión, que dejan ver importantes diferencias
entre la ciencia que viene de la Edad Media y la que aparece y se consolida en
la modernidad:
1. La
naturaleza de la que hablan los modernos es radicalmente distinta de la
naturaleza de la que hablan los filósofos medievales. En la naturaleza de los
modernos no existe (como en la tradición) una distinción de esencia entre cuerpos naturales y
cuerpos artificiales.
2. La
naturaleza de los modernos es interrogada en condiciones artificiales: la
experiencia de la que hablan los aristotélicos apela al mundo de lo cotidiano
para ejemplificar o ilustrar teorías; las “experiencias” de los modernos son
experimentos elaborados artificialmente con el objeto de confirmar o falsear
teorías.
3. El
saber científico de los modernos se parece a la exploración de un nuevo
continente; el de los medievales es semejante a la paciente profundización en
los problemas sobre la base de reglas codificadas.
4. A
los ojos de la crítica de los modernos, el saber de los escolásticos no parece
capaz de interrogar la naturaleza, sino sólo de interrogarse a sí mismo
proporcionando siempre respuestas satisfactorias. En ese saber caben las
figuras del maestro y del discípulo, pero no la del inventor.
5. Los
científicos modernos –Galileo, en primer lugar- actúan con una “desenvoltura” y
un “oportunismo metodológico” que son totalmente desconocidos para la tradición
medieval. La exigencia medieval de exactitud fue un obstáculo y no una ayuda
para la creación de una ciencia matemática de la naturaleza. Galileo inventaba
sistema de medición cada vez más exactos, pero “apartaba la atención de la
precisión ideal para dirigirla a la precisión necesaria en relación con los
objetivos y a la que se podía conseguir con los instrumentos disponibles … el
mito paralizante de la exactitud absoluta fue uno de los factores que
impidieron a los pensadores del siglo XIV pasar de las abstracta Calculationes a un estudio efectivamente
cuantitativo de los fenómenos naturales” Bianchi (Goff, 1998)
Lo anterior hace posible la utilización de la expresión Revolución Científica. Pero fue vital
para que esta se concretara, el hecho que estos científicos fueran consientes
de la novedad de sus trabajos y que estos trabajos se desarrollaran en el marco
de una nueva forma de saber que exigía “experiencias sensibles” y
“demostraciones ciertas”, en otras palabras, que toda afirmación debía ser
pública, vinculada al control de los demás, sometida y discutida a posibles
refutaciones. Esta ultima parte será fundamental en el desarrollo de la ciencia
moderna, pues se reivindicara desde el siglo XVI y desde sus nuevos protagonistas,
el mecánico y el filósofo natural que el
saber tiene que ser público, que las teorías tienen que ser comunicables y se
rechazara el principio de doctos y simples[2],
que es propio del hermetismo que
manejaba la magia y la alquimia controlando de esta forma el acceso al
conocimiento. Esta reivindicación se puede ver en la afirmación de Bacon “El
método de la ciencia, tiende hacer desaparecer las diferencias entre hombres y
a igualar sus inteligencias”.
Pero esta no será la única reivindicación de los padres
fundadores de la ciencia moderna, como los llama Rossi. Se discutirá durante
todo el siglo XVI, XVII y parte del XVIII, la compenetración entre técnica y
ciencia, inexistente en la antigüedad y la edad media[3]. Sólo
si se tiene en cuenta este contexto adquiere un significado preciso la postura
adoptada por Galileo, que es la base de sus grandes descubrimientos
astronómicos. En 1609 Galileo apuntaba al cielo con su telescopio. Lo que
supone una revolución es la confianza de Galileo en un instrumento
nacido en el mundo de los mecánicos, cuyos progresos se debían sólo a la
práctica, y que había sido aceptado parcialmente en los círculos militares,
pero que había sido desdeñado, cuando no despreciado, por la ciencia oficial (Rossi, 1998) . La Disputa por
integrar mecánica y ciencia se evidencia tanto, que al hacerse las
enciclopedias del siglo XVIII, no se tenía suficiente referencia a los procesos
técnicos o mecánicos, como fue el caso de la Enciclopedia de Jean d` Alembert
de 1751.
Pero el telescopio de Galileo no fue la única muestra de
la búsqueda de la unión entre ciencia y mecánica. La imprenta fue tal vez la
muestra más clara, pues aparte de ser un invento mecánico, esta expandió el
conocimiento por medio de la masificación de libros gracias a los gruesos
volúmenes de publicación que desde el siglo XVI y hasta nuestros tiempos
inundad al mundo[4].
En medio de esta explosión de publicaciones, los libros de la antigüedad
clásica serán masivos, y serán importantes para los humanistas, pero para los
padres fundadores de la Revolución
Científica como Bacon y Descartes serán objeto de rechazo, pues negaran el
carácter ejemplarizante de la antigüedad clásica. No solo rechazan la imitación
pedante y la repetición pasiva. Consideran también que la aemulatio,
en la que habían insistido muchos humanistas, carece ya de sentido (Rossi, 1998) . Esta ruptura con
los clásicos, coloca con fuerza en este contexto, la “novedad” y se manifiesta
con claridad en los múltiples títulos de los libros científicos del momento[5]
Si bien la Revolución
Científica fue posible gracias a la vinculación de la ciencia y la
mecánica, la discusión pública de las diferentes tesis, la transferencia del
saber y el abandono de los clásicos, no hubiera sido nada sin la “destrucción”
de unos presupuestos (sustentados en los clásicos, el hermetismo del
conocimiento y en la separación de las artes liberales de la mecánica) que
permitieran un nueva astronomía, fundamental para el desarrollo de toda la
discusión científica del siglo XVII, estos presupuestos eran:
1. La
distinción primera entre una física del cielo y una física terrestre, que era
el resultado de la división del universo
en dos esferas, una perfecta y otra sometida al devenir.
2. La
creencia (que era consecuencia del primer punto) en el carácter necesariamente
circular de los movimientos celestes.
3. El
presupuesto de la inmovilidad de la Tierra y de su ubicación en el centro del
universo, que era corroborado por una serie de argumentos aparentemente
irrefutables (el movimiento terrestre arrojaría al aire objetos y animales) y
que hallaba su confirmación en el texto de las Escrituras.
4. La
creencia en l finitud del universo y en un mundo cerrado, que va unida a la
doctrina de los lugares naturales.
5. La
convicción, estrechamente relacionada con la distinción entre movimientos
naturales y violentos, de que no es necesario aportar ninguna causa para
explicar el estado de reposo de un cuerpo, mientras, que, por el contrario,
cualquier movimiento debe ser explicado por su dependencia de la forma o de la naturaleza del cuerpo, o por ser
provocado por un motor que lo produce y lo mantiene.
6. El
divorcio, que había ido reforzando, entre las hipótesis de la astronomía de la
física.
A
lo largo de cien años aproximadamente
(1610-1710) fueron discutidos, criticados y rechazados cada unos de estos
presupuestos. El resultado obtenido a través de ese difícil (a veces tortuoso)
proceso fue una nueva imagen del universo físico, que culmino en la obra de
Isaac Newton, en esa grandiosa construcción que hoy en día, después de
Einstein, llamamos la “física clásica”. Pero un rechazo que presuponía un cambio
radical de los esquemas mentales y de las categorías de interpretación, que implicaba una nueva
consideración de la naturaleza y del lugar que ocupa el hombre en la naturaleza (Rossi, 1998) .
Estos
nuevos esquemas mentales que permitieron un mundo concebido como un gran reloj[6] fueron posibles gracias a las formulaciones de
Copérnico[7]. Galileo y su defensa del sistema copernicano,
sumándole su esfuerzo de conseguir la separación entre las verdades de la fe y
las que producía el estudio de la naturaleza. Kepler, sus cinco leyes y su
convicción en las demostraciones matemáticas. Descartes, la matemátización de
la física, la configuración del cartesianismo y la temprana formulación de la
inercia (que con Galileo terminarían por destruir el mito de la perfección de
la circularidad). Newton, con sus tres leyes del movimiento y formulaciones
sobre la óptica[8].
Pero
a la par de estas vitales formulaciones se desarrollaran componentes hoy
importantes para la ciencia. Serán las clasificaciones y los lenguajes
“universales”. Estas clasificaciones, son “inauguradas” o mejor dicho iniciadas
por Linneo, al que con justa razón se le llama padre de la taxonomía[9].
Las clasificaciones tiene una funcionan en el marco de que sirven de forma
inicial para no olvidar lo aprendido sobre algunas especies y para memorizar,
pues durante los siglos XVII y XVIII la catalogación de especies y minerales se
encuentra en un caos, por el número de especies y de formas de organizar. Pero
el lenguaje de la clasificación también funciona en el marco de que ofrece un
diagnostico pues se espera que sea capaz de captar lo esencial, dejando de lado
lo superfluo. Sobre los lenguajes “universales”, los científicos de los siglos
XVII y XVIII buscan como unificar una lengua y una escritura, que permita
superar las barreras idiomáticas y las tergiversaciones ocasionadas para las diferentes
traducciones[10]
Pero
tanto teorías, posturas, formulaciones y debates de la Revolución Científica tuvieron un lugar. En primer lugar, en el
siglo XVI, no fueron las universidades[11]
ni los conventos, serian entonces los talleres, los cuales configuraron una especie de “laboratorios” de
la mecánica, donde se desarrollaron ideas y proyectos de gran nivel, muestra de
ello fue Leonardo Da Vinci. Pero en el siglo XVII, sin que la universidad[12]
fuera el recinto exclusivo de la ciencia, pues esta aun no enseñaba componentes
técnicos o mecánicos, vio un particular desarrollo en especial en los Países
Bajos[13] y
un poco en Inglaterra, pero estas se vieron permeadas por la censura de
carácter religiosa y política, lo cual hacen que el papel protagónico de la
universidad se aplace y lo tome la Academia. La Academia aparece como un germen
de lo que en el siglo XIX seria el instituto de investigación, pues de forma
inicial su propósito no es la difusión, sino el avance del saber y que este se
logre por medio del trabajo en “equipo”, guiado por un director. Las
academias se configuraran como
microsociedades que actúan en el seno de una sociedad más amplia y articulada (Rossi, 1998,
pág. 208) ,
estas se proponían defender y mantener un saber autónomo, alejarse de la conflictividad entre ciencia y fe y
entre ciencia y sociedad, o como desde la guerras religiosas que los filósofos
naturales se refugiaban en pequeñas sociedades, tolerantes, donde discutían
temas de orden científico y no de política ni de teología (Rossi, 1998,
págs. 33-34) .
Existieron de forma general dos modelos de Academia, la francesa y la de Londres.
La primera patrocinada por el Estado[14]
pero sin la rigurosidad propia del espíritu de la investigación para la
comprensión racional de la naturaleza, que como dice Rossi no se podría
desarrollar en el Ancien Régime francés.
Y la inglesa, la cual no recibía a portes de la corona, dependía en ese caso de
los aportes de sus integrantes y se dedico a la compilación de “historias” de la mecánica, astronomía, de
las profesiones, de la agricultura, navegación, fabricación de paños,
tintorerías, etc (Rossi, 1998,
pág. 213) . También estaban los casos de la Academia
alemana, en especial la promovida por Leibniz, que se proponía conseguir un avance de la nación y de la
lengua alemanas, una profundización de las ciencias, la expansión de la
industria y del comercio y la propagación del cristianismo universal a través
de la ciencia (Rossi, 1998,
pág. 214) ,
en contraposición de lo que Bacon consideraba, debía ser una academia. Finalmente
la Revolución Científica se vivió de
manera importante en los diálogos epistolares entre diferentes autores desde
finales del siglo XVI y también por medio de los periódicos de carácter
científicos que aparecen desde la mitad del siglo XVII.
Para
finalizar me gustaría concluir ,que de forma indudable lo que llamamos
“ciencia” adquirió en aquellos años algunos de los caracteres fundamentales que
todavía conserva hoy en día, y que con razón
fueron considerados por los padres fundadores como algo nuevo en la
historia del género humano: un artefacto o una empresa colectiva, capaz de
crecer sobre sí misma, destinada a conocer el mundo y a intervenir en el mundo.
Esa empresa, que desde luego no es inocente, ni nunca ha sido considerada como
tal, a diferencia de cuanto ha sucedido con los ideales políticos, las artes,
las religiones y las filosofías, se ha convertido en una poderosísima fuerza
unificadora del mundo (Rossi, 1998,
pág. 18)
El Arte en la ilustración
En
esta parte intentare hacer un acercamiento a lo que llego a ser el arte en la
ilustración, en especial, la escultura y la pintura.
La
escultura de este periodo se baso en los principios de la antigüedad
grecorromana, la cual se quería reimplantar, en forma de rechazo a los artistas
barrocos y sus excesos ornamentales, por lo que se impuso la copia de las
lógicas de elaboración de estatuas romanas. Para ello, en el caso de España la
Corte y la Academia mandaron a sus más aventajados estudiantes y aprendices a
Roma con el fin que perfeccionaran el estilo clasicista. Este estilo propiciado
por el mecenazgo real con los encargos de los palacios cortesanos, y
especialmente en el nuevo Madrid y por la Academia como fundación del Rey (Melero, 1998, pág. 81) . Al inicio de este
mecenazgo se destacaron los temas mitológicos y se cambiaron el uso de los
materiales, se paso de la madera policromada, a la utilización de materiales
resistentes al fuego, como el mármol o el bronce y a la utilización de colores
planos o no vistosos.
En
la tónica del regreso a la antigüedad grecorromana, el alemán Winckelmann, teórico fundamental
del clasicismo al igual que el bohemio Mengs, dieron unas directrices para los
artistas de la época, racionalizadas por
medio de un análisis de esa cultura. De
esa esta manera, se considero a la forma como uno de los elementos artísticos
esenciales para llegar a lo sublime. Aconsejo a los artistas que dieran
importancia básica al estudio de las
proporciones, y les motivó para que se aproximaran a la noble sencillez de los
antiguos. Según este arqueólogo, el ideal se halla en el cuerpo humano, que es
la encarnación de la belleza espiritual (Melero, 1998) . Sobre esta base el
cuerpo humano joven será la forma perfecta y por ende será el motivo principal
de la escultura, por lo que se le suele dejar sin ropa[15].
Y al dejarse sin ropa[16]
el cuerpo se podrá representar e idealizar a las personalidades políticas y
culturales de la época al mejor estilo de los dioses del Olimpo. Este fue el caso
del veneciano Antonio Canova, que no dudó a la hora de representar
escultóricamente a Napoleón en presentarle desnudo, de cuerpo entero, como si
se tratase de Marte, el dios de la guerra (Pinacoteca de Breda, Milán, 1809),
ni a su hermana Paulina Bonaparte (1808, Galería Borghese) similar a una Venus
victoriosa, reclinada semidesnuda en un lecho al modo de la matronas romanas (Melero, 1998) . Toca hacer la
claridad, que si bien, se idealizaba a estos personajes, eso no significaba que
sus rostros no tuvieran rasgos naturalistas que permitieran reconocer de quien
se tratara.
Otra
particularidad en la escultura del momento fue la “obsesión” de los escultores
por lograr el dominio total sobre la técnica, lo que los llevo a quitarles toda
clase de pasiones[17] o
de sentimientos mundanos con el fin de lograr el ideal de belleza de la
sofrosine[18]
griega. Haciendo que los complejos escultóricos se tornen fríos, quietos e
insensibles, y esto lo resalta el material utilizado (mármol).
A
todo lo anterior se le suma que durante la segunda mitad del siglo XVIII el
tema mitológico, junto con la pintura histórica y los retratos, adquirió un
auge extraordinario sobre todo en la escultura, pues se le consideraba la
expresión máxima del espíritu clásico, lo que hacía que el tema religioso fuera
desplazado a un segundo plano y se le da al mito un carácter educativo, pues se
emplea de ejemplo ético, además de un ideal de belleza. Esto se evidencia en
los múltiples trabajos de Antonio Canova y de Bertel Thorvaldsen (Melero, 1998,
pág. 83) .
[19]
Otro
frente donde es visible el clasicismo en la escultura de la ilustración, es la
elaboración de los retablos, este jugó un papel importante en la implantación
del academicismo clasiscista por ser un lugar artístico encuentro entre las
diversas artes. Para él trabajaban no solo los escultores propiamente dichos,
sino también los pintores y los arquitectos, así como artistas entonces
considerados “menores” y hasta artesanos. De aquí, en parte, su gran interés.
Pero, además, durante esta época se construyeron gran cantidad de retablos. Su
realización dentro del sistema formal barroco en madera recubierta por paños de
oro exigía, asimismo, la inversión de grandes cantidades de dinero, lo cual era
considerado como un autentico despilfarro en una época tan racional y comedida
como lo fue la ilustración (Melero, 1998,
pág. 86) .
Los materiales utilizados y los materiales con los que se iluminaba, los hacían
fáciles víctimas de los incendios, afectando en ocasiones de forma grave las
estructuras de las edificaciones.
En
el marco de la pintura, las tendencias serán similares. El cuerpo humano será
el centro de aprendizaje, Los discípulos debían pasar por tres salas de forma
consecutiva: de principios, del yeso y del natural. No se estudiaba el
colorido, que se debía aprender en talleres privados en una fase posterior. Era
importante conocer de geometría, perspectiva y anatomía antes de empezar a
dibujar[20] y
finalmente los alumnos se entrenaban en el dibujo de bocas, narices orejas y
demás partes de forma rigurosa y clara. En esta fase de la pintura, esta se
configuraba como ejemplo de normas para el comportamiento del hombre. Ahora se
trata de llamar la atención sobre los valores eternos de la razón, la moral, la
disciplina y el orden, de tal forma que los temas elegidos girasen, sobre todo,
en torno del heroísmo, al patriotismo y las virtudes en general, como, por
ejemplo, la vida hogareña, la piedad, el sacrificio, la sabiduría … (Melero, 1998, pág. 104) . Por ello a los
artistas se los proporcionaba una formación erudita o en cierto modo
“integral”, que en su mayoría lograra contener los conceptos básicos de la
matemática, geometría, anatomía, historia y la geografía.
Otra
característica fundamental de la pintura de la época, será el predominio de la
forma sobre el colorido, que se le sumara al carácter didáctico y ético que
debían tener las obras. Los clasicistas le dieron le dieron una función básica al dibujo, que tenía que ser nítido y
perfecto, aun en los detalles más mínimos, y que es dotado de sentido
idealista. Todo ello origino una cierta pérdida del carácter pictórico de las
obras por parte de artistas significativos, como David y su escuela. Donde el
color suele desempeñar el papel de elemento secundario, parecía solo tener un
carácter sobrio y arbitrario sobre los cuadros.
Finalmente
en este periodo, la pintura histórica, cobra gran importancia, tanto que iguala
a la de temática mitológica y en parte a la religiosa, también se inicia la
revalorización del paisaje, siempre y cuando esté vinculado con la figura
humana. Normalmente el pintor neoclásico congela el hecho histórico y hace
inamovible la historia. No la comenta de un modo retorico. Casi se limita a
elegir el momento, o la anécdota, adecuado a la finalidad ética que desea
expresar y en la búsqueda de la imparcialidad se convierte en un testigo poco
más que mudo del uso del lenguaje pictórico de gran naturalismo, simple, claro,
sobrio y objetivo. No obstante, suele haber intencionalidad política,
consciente o subconsciente, en la elección del tema que se adapta y se matiza
según evoluciona la situación general de cada momento (Melero, 1998, pág. 107) .
Bibliografía
Goff, J. L. (1998).
Prologo. En P. Rossi, El nacimiento de la ciencia moderna en Europa.
Crítica.
Hauser,
A. (1980). Historia social de la literatura y del arte (Vol. II).
Barcelona: Punto omega .
Melero,
J. E. (1998). Arte español de la ilustración y del siglo XIX. En torno a
la imagen del pasado. Madrid: Ediciones Encuentro.
Rossi,
P. (1998). El nacimiento de la ciencia moderna en Europa. Barcelona:
Crítica.
Rossi,
P. (1990). Las arañas y las hormigas, una apología de la historia de la
ciencia. Barcelona: Editorial crítica.
Serres,
M. (1991). Cronología. En M. Serres, Historia de las ciencias (págs.
599-638). Madrid: Catedra Teorema.
Stengers,
I. (1989). Los episodeos galileanos. En M. Serres, Historia de las
ciencias. Madrid: Catedra teorema.
[1] Profesor de historia de la filosofía en la Universidad de
Florencia. Su obra está dedicada fundamentalmente a la historia de la ciencia.
[2] Dentro de los mecánicos y los filósofos naturales se guardaran
secretos, pero con motivos de orden económico, se trata de las patentes.
[3] Las actividades técnicas o mecánicas son contrarias a las artes
liberales (gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, música y
astronomía), las cuales son propias de hombres libres. También se verá esta
disputa en la medicina, entre teóricos y cirujanos.
[4] En el siglo XVI se efectuaron 35.000 ediciones de 10-15.000 textos
diferentes y se pusieron en circulación por lo menos 20 millones de ejemplares.
A lo largo del siglo XVII había 200 millones de ejemplares en
circulación(Febvre y Martin, 1958: 396-397, citado por Rossi)
[5] Novum Organum de Bacon, Nova de universis philosophia de
Franceso Patrizi, De mundo nostro
sublunari philosophia nova de William Gilbert, Astronomia nova de Kepler, Consideraciones
y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias de Galileo y Novo teatro di macchine de Vittorio
Zonca. (Thorndike, 1971, citado por Rossi, 1998)
[6] La imagen del mundo como un reloj destruye la imagen tradicional
del mundo como una especie de pirámide, que tiene en su base las cosas menos
nobles y en la parte superior las más próximas a Dios (Rossi, 1998,
pág. 138)
y es propia de la filosofía mecánica que sostiene que explicar un fenómeno quiere decir construir
un modelo mecánico que sustituya el que
quiera analizar.
[7] Y sus siete afirmaciones que cambiaron la astronomía. (Rossi, 1998, pág. 68)
[8] En (Rossi, 1998, págs. 218-219-220)
[9] Disciplina que se ocupa de las clasificaciones botánicas y
zoológicas y las agrupa en raza, especie, género, familia. orden, clase, tipo,
phyum y reino.
[10] Los siete principios de este “lenguaje filosófico” (Rossi, 1998, págs. 190-191)
[11] Los estudios presentes en la universidades del siglo XVI, serian
derecho, medicina y en menor grado teología (Rossi, 1998, pág. 205) , mostrando la ya
señala disputa entre artes liberales y técnica o mecánica.
[12] Pese a que la Universidad del siglo XVII no aplicaba en su mayoría
la mecánica o la técnica, en su mayoría contaban ya con huertas y aulas de
anatomía. (Rossi, 1998, pág. 58)
[13] En este caso Guillermo de Orange comprendió que la creación de un
sistema de enseñanza superior era uno de los medios necesarios para la
consecución de unidad nacional (Rossi, 1998,
pág. 206) ,
esto solo fue emulado en su forma particular por el Estado francés, pero con la
Academia.
[14] Primer centro científico patrocinado por el Estado, pues le
interesaba la ampliación y la expansión planificada de la industria, el
comercio, la navegación y la técnica militar (Rossi, 1998, pág. 211)
[15] El desnudo desprovisto tanto de connotaciones eróticas, como de
imperfecciones mínimas. (Melero, 1998, pág. 82)
[16] La anatomía será una ciencia auxiliar del arte.
[17] Solo admitiendo un leve muestra de melancolía.
[18] Es la moderación, el equilibrio entre cuerpo y alma.
[19] Haciendo la claridad, que el artista se ubicaba en un antagonismo
formal e iconográfico por el doble mecenazgo, pues cortesanos e iglesia hacían
pedidos.
[20] De aquí la importancia de la sala de principios, que en los
institutos era compartida con artistas y artesanos. (Melero, 1998, pág. 103)
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