Soy estudiante de historia, y aparte de mi interés
en la historia, me muevo en la política, siempre
del lado de la izquierda, por convicción,
tradición y como es natural por miopía. Pero al margen de estos intereses profesionales,
desde hace un tiempo me he interesado en la agricultura sostenible y en la restauración
de bosques nativos, y sobre esas dos cosas escribiré también a partir de ahora.
En mi casa en San Francisco Cundinamarca, que
es una cabaña en el filo de una montaña a 1860 msnm, y que es un antiguo
potrero de pastoreo para el ganado, se sembró un pequeño jardín con una palma
areca en la mitad, acompañada por tres crotos y varias cintas, todas estas
rodeadas de una planta muy común cuyo nombre no recuerdo –véanla en la foto-.
Días después mientras desyerbaba el jardín, encontré
un pasto muy grande y justo ese día el señor que es mi surtidor de plantas y
amigo, estaba en la casa y me comento, “Camilo,
ese no es un pasto, es una planta de maíz”. Quede sorprendido, y decidí que
dejaría crecer el maíz no solo para esperar la cosecha de dos mazorcas –que según
quienes saben es el promedio que da una planta-, sino también porque me pareció
un bello símbolo ancestral.
En ese momento recordé la lectura que hice
Karl Langebaek, sobre el territorio y el comercio en el territorio muisca en el
siglo XVI[1],
cuando comentaba en defensa del modelo de control vertical del territorio, que
diferentes unidades muiscas asentadas en el altiplano, tenían cultivos de maíz,
hayo-coca- y algodón en tierra templada, en el caso del primero para tener una
reserva en caso de heladas –además en clima templado crece más rápido- y en el
caso del hayo y el algodón, porque solo en estos climas es posible su
crecimiento. Pero porque traer esto a colación, y es que para el siglo XVI,
existe material documental que el cacique de Subachoque, el de Chinga –El Rosal-
y de Chueca –cerca de Facatativá- tenían sementeras o parcelas cultivadas de
dichas plantas al otro lado de la cordillera, en donde se ubican hoy el
municipio de Supatá y de San Francisco.
Dicha referencia histórica –pues en la zona
no se ven muchas plantas de maíz-me entusiasmo y seguí el crecimiento de la
planta, esta creció hasta tres metros en un lapso de tiempo de 5 meses y sobrevivió
a los embates de los fuertes vientos que golpean la zona.
Fue interesante dicha observación, pues nunca
me había acercado a una planta de maíz. Me causo mucha curiosidad que la planta
tiene una serie de raíces que parecen dedos que salen a los costados del tallo
y la aferran al suelo, sumado a ello, el tronco resulta muy similar a un bambú.
Pero conforme pasaba el tiempo, me pregunte en que momento era la cosecha. Pregunte
al vecino y al amigo del vivero, y me comentaron que se estima en tiempo -4 o 5
meses- y conforme también, va endureciendo el par de mazorcas. Me comentaron que tenía que palparlas para
evitar que se endureciera mucho el maíz, si sentía medianamente blando era el
momento de arrancarlas. Pero ambos me dijeron que eso varía dependiendo la variedad,
en ese momento quede plop ¡, pues no tenía ni la más remota idea que variedad
seria, ellos comentaron que al no saber el origen de la semilla la única forma
de saberlo sería el día en que cosechara.
No es menor el detalle de la variedad, si es
maíz amarillo, es para alimentar gallinas o marranos y si es blanco, es para
consumo humano. Pero al margen de ello llego el día de arrancar las mazorcas.
Fue fácil, pero resultaron más hojas que maíz, pues salieron tusas con muy
pocos granos de maíz blanco, que solo alcanzaron para colocar algunos granos a
los huevos revueltos.
Resulta que al parecer dicha planta de maíz,
era de una semilla de “mala” calidad. Me pregunto, era un semilla muy silvestre
o una semilla procedente de una planta producto de una semilla transgénica?,
creo más en la segunda, pues es conocido, que de las mazorcas que vienen de
semilla transgénica salen plantas estériles o con una calidad muy baja en su
cosecha. Además en la zona no se reporta la existencia de maíz silvestre.
Pero sin importar el resultado de esa planta
de maíz transgénico, el hecho que la planta creciera casi de forma silvestre y
la referencia histórica del cultivo en la zona, me llevo a la idea de hacer mi
propia sementera con maíz. Conseguí la semilla de maíz de la zona –No transgénico-,
una mazorca llena de granos, cada uno una potencial planta, y junto a cada
grano de maíz sembré algunos granos de frijol, para que existiera esa
conveniente asociación. Ahora toca cuidar el cultivo y esperar el paso del tiempo.
[1] Langebaek, C. H. (1987). Mercados, poblamiento e integración étnica
entre los Muisca. Siglo XVI. Bogotá: Banco de la República.
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